Como cada tarde el silencio arropaba sus sentidos, pensativa frente a miles de recuerdos breves, no paraba de buscar un final alternativo.
Solía escribir de amores casi siempre destinados a no suceder, pero esa tarde seguía buscando algún otro final a su historia.
Continuó leyendo la misma página una y otra vez; algunas horas más tarde las emociones no le permitieron yacer.
Sencillamente, era por ti, sucumbía ante cualquiera de tus palabras y aún sumergida en olvido, era incapaz de darle fin a su propia historia.
Por ti se fue desdibujando en el tiempo, con un hastío tardío que aún no comprendo.
Tras algunas horas sin dormir se dispuso a dar término, era tiempo, pensó y finalmente, después de permanecer junto al reloj y a las tantas hojas, concluyó:
«Sé que nos sentimos igual, aunque nunca lo dijiste y por este amor y porque envuelves más que lágrimas dilaté el desenlace de nuestras semblanzas; pero lo cierto es que estamos destinados a no suceder, en consecuencia este final es el principio de muchas otras historias, las que tendremos ya sin nosotros».
Así, luego de muchos intentos fallidos y tras muchas ganas de permanecer en ti, ella se hizo valiente, comprendió y decidió dejarte ir, no sin antes regalarte una mirada, un momento y aquel sabio consejo:
«Jamás pierdas de nuevo por no saber qué decir, jamás te quedes vacío por miedo a expresarte, jamás intentes suponer lo que está en la mente o en el corazón de otro. No pierdas el tiempo y cuando ames hazlo saber, de lo contrario no habrás vivido».